Esta semana disfrutaremos con una nueva reseña llena de aventuras, Los cazadores de lobos, de James Oliver Curwood. ¿La conoces?
Los cazadores de lobos, de James Oliver Curwood
Reseña de Dani A. Díaz
EL CANADÁ SALVAJE
¡Loado sea el día en que, por verdadero azar, adquirí un libro de James Oliver Curwood en la feria del libro de Alcalá de Henares!
La vida me ha cambiado desde entonces y para bien porque ¡cómo estoy disfrutando su universo!, con verdadera delectación.
Tras ocho muescas en el revólver —todas ellas de sobresaliente o matrícula— ya ardía en deseos de darme otro baño de épica, emociones y aventuras.
Los cazadores de lobos es una de las primeras novelas del genial autor americano.
Tiene como protagonistas a Roderick, un joven blanco procedente de un ambiente urbanita, que ansía conocer otros horizontes; a Wabi, un trampero mestizo hijo del jefe de una factoría; y a Mukoki, un viejo guía indio experto en la supervivencia en medios hostiles.
Los tres inician una excursión cinegética a la búsqueda de pieles que les proporcionará jugosos dividendos en la civilización.
Comienza la aventura
La primera página nos sitúa en el Gran Desierto Blanco con imágenes de poderoso carácter evocador y la segunda ya nos presenta uno de los dramas habituales de la Madre Naturaleza: un anta acosada por los lobos.
Increíble la fuerza con la que está narrada la lucha que se acrecienta con la incorporación de dos de los personajes también perseguidos por las manadas de carnívoros.
Pericia literaria…
A partir de ese momento, el lector solo tiene que dejarse llevar por la pericia literaria de un escritor que se pasaba largas temporadas en una cabaña viviendo de lo que cazaba o pescaba para transmitir esas experiencias a su obra.
Son habituales los vivaques, el encendido de fogatas, la preparación de un lecho con ramas, los turnos de vigilancia, las tareas culinarias, el almacenamiento de las pieles, la búsqueda de refugios, el seguimiento de huellas…
¡Del sofá a la Bahía de Hudson!… en un maravilloso e instantáneo viaje.
Los peligros acechan
Pero no solo las fieras suponen un peligro sino una partida de indios poseídos por atávico odio que buscarán por todos los medios exterminar a la pequeña expedición.
Se alternan momentos bélicos (escaramuzas y emboscadas) con otros terroríficos (el encuentro de unos esqueletos en una choza). Pero también con otros admirativos (noches estrelladas, lunas esplendorosas, valles inabarcables, torrentes de montaña, bosques infinitos…) e, incluso, hay espacio para un romance entre dos jóvenes corazones.
Abundan las escenas inolvidables como la danza de los caribús, la tragedia de los familiares del piel roja, la utilización de Wolf, un lobo amaestrado, como cebo, o la colocación de trampas.
Pero todo ello, sin olvidar la persecución a través del lago helado, el descubrimiento del mapa de un tesoro y la exploración del abismo.
En resumen
Además, en todo momento late un espíritu de aventura, de fascinación, de periplo iniciático.
No falta el carácter didáctico: sumergir cepos en grasa animal para que las presas no olfateen el olor humano, los precios a los que cotizan las diferentes pieles, las costumbres de la época…
Un cosmos, en definitiva, extraordinario que hará las delicias de los amantes del género.
A mí me tiene cautivado. Por eso, la mejor noticia no es solo la abundante producción del de Michigan, sino que las aventuras de nuestros héroes continuarán en Los buscadores de oro, un ejemplar que ya palpita en la estantería pidiendo a gritos el ser devorado.
¡¡Gracias, maestro Curwood, por tus hermosos regalos!!
James Oliver Curwood
Es uno de los escritores más populares de Estados Unidos de la década de 1920.
En 1909 había ahorrado suficiente dinero para viajar a Canadá del noroeste donde comenzó a escribir novelas de aventuras sobre la región y se convirtió en un ferviente defensor de la naturaleza.
El éxito de sus novelas le dio la oportunidad para volver a Yukón y Alaska durante varios meses cada año que le permitieron escribir más de treinta libros de este tipo.
Como amigo de los animales, Curwood no se limita a observar a las bestias como lo haría un naturalista, sino que conoce las costumbres y se complace en definir su inteligencia y en adivinar un sentido en su destino.