Mi polis seductora es la primera parte de una crónica viajera sobre la ciudad de Buenos Aires. Conoceremos la ciudad, sus barrios, sus espacios y lugares, siempre bajo la mirada personal de César Mundaca. ¿Nos acompañas paseando?
MI POLIS SEDUCTORA
(Primera parte)
Por César Mundaca
Trece veces Buenos/Trece veces Aires/Concluido mi periplo/yo no me olvido de vos. Esta es la primera estrofa que brotó de mis labios cuando abandonaba la ciudad de Buenos Aires. Intenté desarrollar aún más el naciente poema de curtida nostalgia. Sin embargo, tras algunas cavilaciones, comprendí que esa estrofa condensaba todo mi amor, sí, mi explosivo amor, por la majestuosa, vivaz e imponente capital argentina.
Fueron trece días de inconmensurable alegría. Me desplazaba de aquí para allá, de allá para allá, de allá para acá y así. Caminatas-subte-taxis-caminatas. Esa fue la tónica. A la semana, el cuerpo me exigió moderar el ritmo aventurero, pero mi potente entusiasmo jamás se vio truncado. La llaman la ciudad de la furia. Yo prefiero rebautizarla como mi polis seductora.
Cómo no me voy a enternecer contigo/si el arte en ti/constituye la envolvente omnipresencia/Cómo no me voy a enamorar de ti/si ajusticiando un bife sanjuanino/hallé tu vecina sonrisa hedonista. Recoleta, Palermo, Retiro, Almagro, Caballito, Puerto Madero, San Telmo y Núñez fueron los barrios que recorrí. Ah, y el histórico Microcentro (que en realidad debería llamarse Macrocentro).
Siempre respirando muy hondo para nutrirme del vigor urbano. Caminando como si fuese el esperado revitalizador de la patria y el pueblo exultante me lanzara rosas rojas desde sus balcones de estilo parisino.
Tras esa desopilante alucinación callejera, solía detenerme a contemplar la exuberancia arquitectónica de sus edificios, la frondosidad de sus parques, sus placas conmemorativas, sus altivos monumentos y, por qué no decirlo también, la incontestable esbeltez de sus muchachas. Mención aparte merece el sabroso acento porteño que, durante toda mi estadía, osé imitar.
Buenos Aires es, por antonomasia, un deleitoso enjambre de librerías, museos, teatros y cafés. Al día siguiente de haber aterrizado en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza, emprendí la marcha hacia el Ateneo Grand Splendid, una de las librerías más hermosas del planeta. Sublimemente extasiado por sus instalaciones, rodeado por sus bellas estanterías, susurré: este es tu lugar, César, tu lugar. Disfrútalo, carajo.
En la primera visita al Ateneo, elegí, después de ojear un listado de textos, un ensayo titulado Cuatro verdades sobre nuestras crisis, del filósofo Raúl Scalabrini Ortiz. Quería profundizar mis conocimientos acerca de los quiebres políticos, económicos, sociales y culturales del país.
En la segunda, poco más y necesitaba una canastilla de supermercado: atrapé El arte de mantener la calma, de Séneca; Vírgen de Luján – La madre de todos, El diario secreto de Pulgarcito, de Philippe Lechermeier; Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi y traducido por Guillermo Piro; Estás para más, de Daniela De Lucía y, por supuesto, un manojo de imanes con gráficos del emblemático Obelisco.
Debo confesar la sísmica emoción que sentí al divisar a tantos lectores de diferentes edades, de múltiples nacionalidades, deambulando por los pasillos alfombrados, llevándose montones de novelas contemporáneas, cuentos clásicos latinoamericanos, mucha manga, ensayos del psicoanálisis, colecciones de poesía anglosajona y tantos ventanales del saber.
Este apasionado testimonio continuará…
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