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Un legado ancestral de Carmen Sanfeliz

Un legado ancestral de Carmen Sanfeliz

Hoy, a puertas del #DíaInternacionalDeLaMujer, Carmen Sanfeliz inicia una serie de artículos en los que la mujer y la literatura serán la constante: «Tentador también hablar sobre autoras en la sombra que mal, tarde o nunca alcanzan un reconocimiento de su obra». Este espacio lleva el nombre de… «Mujeres que cuentan».

Un legado ancestral, de Carmen Sanfeliz

Hablar sobre el papel de la mujer en la literatura es una tarea complicada cuando una se enfrenta a la duda de qué aspecto elegir en una temática tan inabarcable y apasionante.

Apasionante, por ejemplo, cuando la mujer es elegida protagonista de un escrito, provenga de pluma masculina o femenina. O escribir sobre la fascinación que tantas y tantas autoras suscitan con su lectura sin detenerme a recitar una larguísima lista de nombres de mujer conocidos desde la más remota antigüedad hasta hoy.

Incluso para exponer los cientos de motivos que nos impulsan a muchas mujeres a elegir la escritura, o desgranar el espectro de asuntos que más interés despiertan en las autoras, sería necesario un espacio mucho más allá de la extensión razonable que permite este artículo.

Se abre ante mí un camino de tentaciones. Vericuetos por los que me resultaría placentero en sumo grado adentrarme: mujeres que solo escriben sobre mujeres, escritores que siempre optan por un protagonista femenino, autoras malditas, damas del crimen. Tentador también hablar sobre autoras en la sombra que mal, tarde o nunca alcanzan un reconocimiento de su obra.

Este último filón da para mucho, muchísimo, así que voy a servirme de él, aunque sin profundizar demasiado en este primer artículo, ya que me gustaría que funcionase como premisa de lo que quiero compartir hoy.

Autoras en la sombra

Hubo un tiempo en el que algunas escritoras hacían uso de un seudónimo masculino para facilitar la visibilidad de sus obras, como es el caso de las hermanas Brontë o Cecilia Böhl de Faber.

En la vasta historia de la literatura se supone que, por estadística poblacional, buena parte de los anónimos fueron escritos por mujeres.

Los casos de autoras como Colette y María Lejárraga son aún más penosos, ya que ellas escribían las obras y las firmaban sus maridos. Asunto interesante este del reconocimiento, o mejor dicho, el no reconocimiento, sobre el que me gustaría explayarme a gusto, pero habrá de ser en otra oportunidad.

Más allá de que no fuese ‘bien visto’ que una mujer se dedicase a escribir, tuviera que esconderse tras un nombre masculino o ciertos maridos aprovechados, ya van soplando mejores vientos para impulsar a las escritoras.

Algo nos quiere decir el hecho de que en la historia reciente algunos hombres se sirvan de seudónimos femeninos

para publicar, sin que ello signifique que se esté escalando un recorrido a la inversa, afortunadamente, sino que obedece a diversas estrategias de mercado e ironías que ahora mismo no cabe debatir.

De regreso al punto en el que advertía que todo lo anterior sería la base para sustentar este escrito, acompañadme a volar al pasado. Y señoras y señores, abróchense los cinturones porque nos vamos nada menos que veinticinco siglos atrás, a la Mesopotamia del XXIII a.C., a la ciudad de Ur para ser más concretos y donde se ubica el actual sur de Irak.

Enheduanna: ¿la conoces?

Allí la princesa Enheduanna, hija del rey Sardón de Acadia y suma sacerdotisa del templo más importante de la región sumeria, realizó sus composiciones poéticas y estas quedaron grabadas en escritura cuneiforme sobre tabletas de arcilla.

EnheduannaEnheduanna fue una figura excepcional a la que se le confió una enorme responsabilidad: aunar los dioses acadios y sumerios en aras de la estabilidad del imperio. Ella, a través de sus himnos, logró crear una base religiosa homogénea entre el pueblo acadio y el sumerio, tan necesaria para la paz.

Entre otras obras, es autora de cuarenta y dos poemas autobiográficos en los que reflexiona sobre sus sentimientos sobre el mundo en el que vivía, la guerra, o su devoción religiosa, con un marcado estilo cercano y personal.

Quien no haya leído u oído nunca nada sobre esta figura tan atractiva de la historia, se preguntará la relación con todo lo anterior.

Pues bien, les daré una pista: «El compilador de las tabletas fue En-hedu-ana. Mi rey, se ha creado algo que nadie ha creado antes».

La primera persona que firma sus escritos

Enheduanna es considerada, por tanto, la primera persona de la historia que firma sus textos.

Irene Vallejo, la autora de El infinito en un junco, manifiesta en una entrevista lo doloroso que resulta que nadie leIrene Vallejo y El infinito en un junco hubiera mostrado la existencia de Enheduanna antes de su investigación para el libro. Solo puedo adherirme a ese sentimiento, pues también descubrí a una dignidad literaria como la princesa acadia a una edad tardía. La sacerdotisa sentó las bases de la Teología y muchos de los salmos religiosos siguen aún el patrón de sus himnos.

No cabe duda de que Enheduanna era una mujer con poder en una época en la que el resto de las mujeres carecían de la posibilidad de reivindicarse en cualquier aspecto. Eso no menoscaba los méritos de Enheduanna en absoluto. Que la intimidad, sensibilidad e inteligencia de sus escritos pudiesen caer en el anonimato, no solo iba a ser injusto, debió de pensar la sacerdotisa, que pasaba las noches en vela componiendo los himnos que deberían redefinir los dioses acadios y sumerios por el bien y la paz del imperio. La constancia de la autoría impregna de credibilidad cada palabra.

Y son palabras hermosas las de Enheduanna, una sacerdotisa que hace más de cuatro mil años pensó en la posibilidad de «encapsular las maravillas divinas en el mundo de la palabra».

Maravillosa «ocurrencia»

Como escritora, no puedo negar mi satisfacción ni ocultar la sonrisa cómplice por el hecho de que una mujer fuera la primera persona con la «ocurrencia» de la conveniencia de firmar sus textos.

No sé si Colette, las Brontë o Lejárraga sabían de la sacerdotisa acadia, pero a partir de ahora nadie debe olvidar que cada mujer que escribe lleva una Enheduanna en su interior.

 

Comments

  • Guillermina Fernández Sánchez
    9 agosto, 2023

    Tengo interés por conocer las raíces de Carmen Sanfeliz pues este apellido es bastante cercano a mí pues mi abuelo llevaba este apellido aquí en Argüero y hay más pero no consigo ver de quién puede ser hija. En todo caso la veré presentando su libro en nuestro llagar que mi abuelo construyó allá por los años treinta.

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