Un retrato certero sobre los daños causados por el franquismo a esa generación que encontró su no lugar en las drogas

Madrid, 1999. Silver, un yonqui de mediana edad, monta en una cunda rumbo a un poblado chabolista de las afueras para pillar droga, minutos después, el conductor del coche muere ante sus ojos por sobredosis y Silver no haya más salida que huir con el coche. Cuando, lejos del poblado, decide registrar el interior del vehículo, descubre en el maletero una bolsa llena de billetes. Silver está tocado por la suerte, siempre lo ha estado.

Da inicio un viaje errático por una ciudad al borde de la Navidad rumbo a la casa de su padre, con quien quiere hablar para poner algunas cosas en claro.

Mientras lo hace, le inundan los recuerdos del pasado, marcados por la figura paterna, su familia numerosa (él es el pequeño de cinco hermanos), los conflictos con su madre, con la que no se entendía de niño, y por sus recuerdos de preadolescente, cuando con doce años creía estar a punto de comerse el mundo, soñaba con jugar en el Real Madrid, con montar su propia banda de rock y con convertirse en alguien digno de las esperanzas que su padre había depositado en él.

Una novela que habla de secretos familiares, de una generación perdida, de calles mojadas y de droga, de sueños imposibles y de una época, la lejana adolescencia, en la que la inocencia parecía posible y el desencanto asomaba por los bordes de nuestra vida. Pero habla, sobre todo, de verdad y de literatura con mayúsculas.