En este espacio denominado «Mujeres que cuentan», en el cual la mujer y la literatura serán la constante, este mes de mayo Carmen Sanfeliz nos acompaña para hablarnos de… Travestismo de autor.
¿Cómo nos sentimos los lectores al averiguar esa especie de travestismo de nombre real de señor a seudónimo femenino?
Travestismo de autor, de Carmen Sanfeliz
Partimos de una situación cualquiera en la que buscas un libro.
Te encuentras en un aeropuerto y la megafonía anuncia que tu vuelo sufre un retraso de al menos dos horas. No has traído nada para leer y sales disparado al puesto de revistas. Una vez allí, te sorprende la amplia oferta de novelas. El caso es que como no vas buscando algo concreto te dejas guiar por el título y luego miras la contraportada para saber de qué va. Eso es lo que haces casi siempre.
En esta ocasión, sin estar muy seguro del porqué, te fijas más en los autores. Conoces a la mayoría aunque sea de oídas y has leído unos cuantos. De los que no te suenan, echas un vistazo a la biografía. Identificarás algún seudónimo de moda, como es lógico, y puede que te dé igual, o no. Lo importante es el talento, piensas, pero cuando descubriste que ese libro que has leído bajo firma de mujer resultaba que había sido escrito por un hombre ¿te asaltó una ligerísima sensación de fraude?
Estoy segura de que hay múltiples opiniones al respecto y que este artículo es susceptible de abrir debate. Me encantaría conocer vuestra diversidad de pareceres sobre el asunto, hombres y mujeres, tan queridos lectores.
En el pasado artículo mencionaba las razones por las que muchas escritoras, a lo largo de la historia de la literatura, se vieran movidas, por no decir obligadas por las circunstancias de la época, a utilizar seudónimos masculinos para que sus obras tuviesen visibilidad a través de la publicación.
Hoy vamos a centrarnos en nuestro siglo, en la historia más cercana al presente de nuestra literatura. Pongamos primero el foco en el uso de seudónimos en general, sin distinción de sexos, y nos vendrá a la mente una lista de motivos para comprender, y en cierto modo justificar que un escritor encuentre conveniente utilizar un alias para firmar sus obras:
- Así, a vuelapluma, el más sencillo que se me ocurre es la sonoridad. Parece lógico que, cuando una persona con nombre o apellido demasiado comunes decide dar el salto a la publicación, desee un nombre más comercial.
- O que el autor se sienta más protegido si desliga su verdadero nombre de su faceta como escritor, con la intención de preservar el ámbito personal del marco literario.
- Habría otros que podríamos calificar de móviles más que razonables, como estar perseguido por la política de un país determinado o escribir textos que critican el colectivo al que uno mismo pertenece.
En definitiva, todos aquellos autores que precisen guarecerse bajo el paraguas de autoprotección que el anonimato procura.
Tras esta semblanza generalista del porqué de un seudónimo, paso a lo mollar del asunto, que es nada más y nada menos, el porqué de una firma con nombre de mujer cuya identidad real es la de un hombre. Parece que la razón comercial es la candidata número uno y a la que tampoco vamos a demonizar en exceso. Todos deseamos captar lectores, cuantos más mejor, porque eso supone ventas de nuestro libro.
Algunos escritores como Ian Blair/Emma Blair, Armando Fernández/Virginia Lang, Hugh C. Rae/ Jessica Stirling o Gordon Aalborg /Victoria Gordon cultivaron varios géneros literarios con su nombre verdadero e incluso con alias masculinos, salvo cuando escribían novela romántica.
En la mayor parte de los casos fue por sugerencia de sus editores. Veían muy conveniente adoptar un nombre de mujer para este género, leído mayoritariamente por el público femenino, amén del dato objetivo de que las mujeres compramos más libros. Resulta curioso que para el resto de categorías, guiones, suspense o artículos de opinión mantuvieran su nombre verdadero.
En una lectura ecuánime de lo anterior se podría concluir que quizá algunos autores varones, cuando se aventuran a escribir bajo perspectiva de mujer o con la idea de abordar contenido de mujeres para mujeres, temiesen que su imagen se viera comprometida. La pregunta que lanzo es si los lectores, y lectoras sobre todo, aceptamos el pretexto.
En el panorama nacional contamos con el caso más sonado, Carmen Mola, firma tras la cual se encuentra una famosa saga escrita a seis manos, afamadas manos masculinas en otros campos de la composición literaria. Tras el Premio Planeta con La Bestia, los autores salieron al paso de las críticas alegando que no se escondían tras una mujer, sino tras un nombre. Es evidente, como asimismo lo es, que el nombre es de mujer. Lo cierto es que funcionó. De no ser así y el Planeta de por medio, ¿habríamos sabido que los ya famosos como guionistas de series para la televisión Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero, eran los verdaderos autores de La novia gitana?
Y te irás de aquí, es una novela de amor firmada como Patricia Kal, del escritor Lorenzo Silva. Obra que el propio autor define como un proyecto experimental para escribir, libre del peso de su nombre auténtico, y cuyo texto estuvo a disposición gratuita de los lectores durante el periodo de confinamiento. Silva reveló el secreto enseguida y muchos alabaron el gesto.
El caso es que cada cual es soberano para recelar de todos los planteamientos imaginables o defenderlos en bloque; dueño de fijarse en la calidad o el entretenimiento que ofrece la obra, sin más; libre de sacar punta al asunto o distanciarse de criterios tendenciosos. También es posible sumergirse en una reflexión más profunda y navegar por las diversas tonalidades de un tema que va más allá, pues los autores sabemos que, en lo relacionado con la escritura, desde el título hasta los agradecimientos, nada, absolutamente nada es inocente.
Sería un recurso demasiado facilón valerme de este espacio para verter críticas hacia señores que publican con seudónimo femenino tachándoles de ventajistas sin profundizar en las motivaciones para cada caso. De todas formas, también las mujeres han tenido sus razones para hacerlo en el sentido inverso, por mucho que la justificación nos resulte más asequible. Lo más probable es que en una cata ciega de relatos no acertemos a distinguir el escrito por dama o caballero, a no ser que seamos lectores editoriales profesionales, y también tengo dudas.
Puertas abiertas a la discusión. ¿Cómo nos sentimos los lectores al averiguar esa especie de travestismo de nombre real de señor a seudónimo femenino? ¿Y si es al revés?
¿Nos atreveremos a realizar un ejercicio de franqueza, sin sesgos?