Pequeño homenaje de Isabel Núñez a la escritora Almudena Grandes.
Hasta siempre, Almudena
El pasado sábado veintisiete de noviembre, fallecía la genial escritora madrileña Almudena Grandes, a la edad de 61 años, víctima de un cáncer.
La noticia podría resumirse de una forma así de aséptica si no fuera por la trascendencia de esta, y es que nos abandonaba una de las grandes escritoras de las últimas décadas, y nos dejaba a muchos de sus lectores y admiradores con una profunda sensación de orfandad literaria. Porque Almudena Grandes era mucho más que una novelista, era una narradora de la cotidianeidad femenina, una cronista de Madrid al más puro estilo galdosiano, una gran articulista y, como ella misma se definía, una defensora de la épica de los perdedores.
Tengo que reconocer que llegué a sus libros a través del cine, y no a la inversa como suele ocurrir. Tras disfrutar la adaptación cinematográfica que se hizo de Malena es un nombre de tango y verme tan identificada (como nos ha pasado a muchas mujeres de mi generación) con el personaje principal, no pude por menos que comprar la novela para así quedar enganchada ya para siempre a la prosa de su autora.
Y es que nos retrataba a las mujeres, de cualquier edad o condición social, tal cual somos, y no como la sociedad, y en especial los hombres, creen o esperan que seamos, con una disección psicológica propia del bisturí de un cirujano.
No olvidemos que, mucho antes de los movimientos sociales que encumbran el empoderamiento y la libertad de la mujer, personajes como el cuarteto protagonista de Atlas de geografía humana, el personaje central de Castillos de cartón, Malena y, sobre todo, Lulú, ya nos presentaban a mujeres que querían ser libres, dueñas de su propia vida, y lo más rompedor en aquel momento, de su sexualidad.
Debido a que Almudena Grandes irrumpió en el panorama literario ganando, algo que hasta momento nadie imaginaba haciendo a una mujer, un certamen de literatura erótica, La sonrisa vertical, con su célebre Las edades de Lulú, novela que por primera vez presentaba el sexo desde el verdadero punto de vista femenino, al ser un libro erótico por y para mujeres.
Pero Almudena Grandes es mucho más que eso, ya que su temática se fue transformando para dar paso a ese narrar la historia que nadie nos quería contar, la épica de los perdedores, y no solo desde un punto de vista político, como ya se vislumbra en ese personaje con la vida rota por amor que es el inolvidable Forito de Atlas de geografía humana, y que, sin quererlo, acaba opacando con su triste historia, y su final redentor, el argumento principal y sus protagonistas.
Otro eje principal de su obra, como saben todos los que alguna vez la han leído, es la ciudad de Madrid, nuestro Madrid me van a permitir ustedes que diga. Ya que, como en las mejores obras de nuestro admirado Galdós, la ciudad que nos vio nacer a ambas no es solo un escenario, sino un personaje más que cobra vida propia abrazando la acción hasta formar parte de ella.
Es más, yo me imagino ahora a Almudena Grandes como aquel personaje de Thornton Wilder que, convertido en fantasma, merodea por su ciudad, porque se niega a abandonar sus calles y sus gentes, susurrando al oído de sus seres queridos palabras de consuelo.
Tengo que reconocer que, si algo tengo en común con ella, aparte de la pasión por la literatura, es el amor por Madrid, pero un Madrid muy especial, que abarca unos pocos kilómetros alrededor de ese eje central que es la Puerta del Sol, más allá ya es otra ciudad, y no nos gusta.
Su madre le decía que era una paleta de Madrid porque le gustaba Sol, Gran Vía… vamos, lo que vienen a ver todas las personas que son de fuera, y sí, es lo que somos, paletas de Madrid, yo no tengo ninguna pega en reconocerlo, porque es mi ciudad, aquí he nacido, aquí he vivido siempre y aquí me quedo, como decía Federico Luppi al final de Un lugar en el mundo: cuando uno encuentra su lugar en el mundo. Ha de permanecer en él, y algunas personas como Almudena Grandes y yo tuvimos la gran suerte de no tener que buscarlo porque nacimos en él.
Pero su Madrid más íntimo lo conformaban la Plaza de Barceló y alrededores, por donde era fácil encontrársela, y que fueron el escenario de muchos de sus artículos y varias de sus novelas, como ese personaje de El corazón helado que solo quiere vivir en la Glorieta de Bilbao, o como en Los besos en el pan pocas novelas se adentran así en la vida cotidiana de un barrio.
Porque, si algo tenían en común sus escritos, es esa sensación de cotidianeidad, de que todo aquello que estaba narrando nos podía ocurrir a cualquiera de nosotros, en sus obras no había grandes héroes al estilo clásico, sino personas normales con las que todos nos podíamos sentir identificados, en situaciones que realmente en un determinado momento nos podían suceder a cualquiera.
Era una narradora de la intrahistoria al más puro estilo noventayochista. Así, la autora nos narraba a los lectores de El País muchos aspectos de su propia vida, como sus veranos en un pueblo de Cádiz o las comidas con sus amigos, de forma que muchos de nosotros la sentíamos una persona muy cercana, casi conocida, y puede que esa cercanía fuera la que hiciera que, el día de su fallecimiento, quien estas líneas suscribe rompiera a llorar al conocer la noticia como si de un allegado se tratara, y es que en cierta manera así era para sus lectores, a los que nos había abierto una pequeña puerta a su vida a través de sus novelas y sus artículos.
La vida se la ha llevado demasiado pronto, tanto que la privó de gozar de esos reconocimientos que solo se dan a los escritores, no sé muy bien por que, al llegar a cierta edad.
El premio Cervantes le habría sido otorgado con toda seguridad, puede que incluso el Nobel, aunque por suerte sí llegó a tiempo ese Premio Nacional de Narrativa en el año 2018. La enfermedad nos ha privado a sus lectores de nuevas novelas, y para mí el semanal de El País sin su columna pierde mucho interés, pero siempre nos quedarán sus personajes, y es que, aunque nos haya dejado con el corazón helado, de alguna manera continuará viviendo entre las páginas de sus libros, así que hagámosle el mejor homenaje posible que se puede hacer a un escritor, sigamos leyendo.
Isabel Núñez
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