En la primera parte de esta crónica sobre «Mi polis seductora» fuimos conociendo barrios y espacios de Buenos Aires, ciudad que tiene totalmente enamorado al cronista.
Ahora, en esta segunda parte, nos adentraremos de su mano en librerías emblemáticas, avenidas, pero siempre bajo la mirada personal de… César Mundaca. ¿Nos acompañas?
MI POLIS SEDUCTORA
(Segunda parte)
Por César Mundaca
Las calzadas y las aceras de Buenos Aires son, por lo general, muy anchas. Como ancha fue la hospitalidad que me brindó la poeta Paloma Raskovsky, la cuentista Paula Ruggeri (quien tuvo el generoso gesto de obsequiarme dos títulos de su autoría), el periodista Cristian Vázquez, el productor Alexis Leiva y el novelista Enzo Maqueira, con el cual mantuve una buenísima charla en Radio Provincia.
Pero no pude saldar toda la cuenta. Faltaron los encuentros con Eugenia Coiro, Tatiana Goransky, Fernanda Volpi, Natalia Orrego, Dana Babic, Gabriela Mayer, Bibiana Ricciardi y Luciana Strauss. Confío en el advenimiento de una nueva oportunidad para departir con cada una de ellas. Sea alrededor de unas medialunas, facturas, alfajores, tostadas de campo, bifes, asados, dulces de leche, panchos, bondiolas, mates, birritas o vinos mendocinos.
En la Avenida De Mayo, visité más de una librería de viejo. Impregné la mirada en los lomos de las publicaciones de Ovidio, Beatriz Guido, Borges, lienzos cortazarianos, recuadros de Gardel y textos sociológicos ochenteros.
En la pila de estos últimos, descubrí un compendio titulado El modo de vida socialista, escrito por un conjunto de académicos pertenecientes a la República Democrática Alemana, Hungría, la ex Checoslovaquia, Polonia, Mongolia y Rumanía. Atrapé el compendio como si se tratara de una esmeralda al pie de un yacimiento bahiano.
La Avenida Corrientes es una arrolladora marea artística. Por sus largas cuadras, caminé estirando mis piernas, me detuve ante sus venerables teatros, ante sus cobijantes librerías como Losada, Hernández, Sudeste, Dickens, Galerna, Cúspide y tantas otras.
Almorcé de cara al Obelisco, de cara a la magnánima Avenida 9 de julio, dejándome llevar por la frescura de sus vientos, oxigenándome con la vibrante argentinidad al palo. Abandoné Corrientes con un texto parteaguas camuflado en mi morral, El 45, del historiador Félix Luna.
Tras pasear enamorado por la parisina Calle Arroyo, la Estación Retiro-Mitre y la Plaza Fuerza Aérea Argentina, enrumbé hacia Eterna Cadencia, nutrida morada cultural ubicada en el barrio de Palermo.
Ni bien cerré la puerta, me deslumbró sus torres librescas de ficción y no ficción; sus mesas plagadas de narraciones impresas traducidas al castellano, la rizada muchacha de ojos azules que me atendió en caja, las intensas tertulias de sus comensales.
Saqué los pesos y pagué por Hija de revolucionarios, de Laurence Debray; Los niños perdidos, de Valeria Luiselli; Los pichiciegos, novela ambientada en la guerra de Malvinas y escrita por Rodolfo Fogwill; Estertores de una década. Nueva York 78, de Manuel Puig y Rebeldes, soñadores y fugitivos; del marplatense Osvaldo Soriano.
De nuevo al Microcentro…
De vuelta al Microcentro, hurgué en las estanterías de La librería de Ávila, la más antigua de Buenos Aires. Muy señorial. Encontré desde los duros volúmenes de literatura griega hasta lo último de Caparrós. Miraba, ojeaba, decía sí, luego dudaba, para volver a decir sí, tal vez, puede ser, no o después me lo llevo. Qué lector más estresante, ¿verdad?, pues, así parece.
La Casa Rosada no me fue indiferente. Planté la mirada frente a su puerta central, frente a su entrada lateral izquierda, frente a sus balcones, frente a sus cortinas, frente a los avatares de la historia. Cuando escudriñé al icónico Cabildo, rememoré aquella mañana primaveral que alumbró el retorno a la democracia en 1983.
El postre Balcarce fue el apoteósico concierto ofrecido por la Orquesta Estable del Teatro Colón. Prístino espectáculo que difícilmente olvidaré.
San Telmo me regaló un buen tango en la Plaza Dorrego, la serenidad del extenso Parque Lezama y un cartel metálico donde Mafalda decreta esto: “No permitiré que nadie camine por mi mente con los pies sucios”. Otro indicio de su restallante lucidez.
También deambulé por la Avenida Rivadavia. Arteria movida que algunos citadinos la catalogan como la más larga del mundo. En el trayecto, aproveché para tomar fotografías a los impetuosos afiches políticos del momento. Luego, descansé en una banqueta de Caballito por poco más de tres cuartos de hora.
Plaza de Mayo y tu memoria vivificante
Parque Rivadavia y tu feria sexagenaria
Núñez y tu predilecto hijo multicampeón, River
Palermo y tu simpático Ecoparque
Recoleta y tu conmovedora esencia francesa
Puerto Madero y tu encanto colosal
Buenos Aires, buenas lindas, buenas bellas, ¿cómo no querés que te quiera?
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