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Una cierta verdad de Abel García Roure

Inauguramos un nuevo espacio, las reseñas de cine de Carmelo Gimeno. ¡Nos encanta la gran pantalla! ??

Y comenzamos con la película-documental, Una cierta verdad, de Abel García Roure.

Una cierta verdad de Abel García Roure

Reseña de Carmelo Gimeno

Una cierta verdad, esa película-documental que nos mete en el psiquiátrico durante dos horas y media

Tengo que decir que la película Una cierta verdad me encantó, me emocionó, me dejo extenuado al final y con la sensación de haberme dado un paseo por el psiquiátrico una vez más, otra. Nadie mejor para comprender esta película que el propio afectado, si es capaz de discernir lo que es mentira y lo que es verdad en su propio cerebro.

Abel García Roure (Barcelona 1975) creador de la serie La línea invisible, escribió y dirigió el largometraje Una cierta verdad en 2008, dejándonos casi boquiabiertos, al menos a mí, por la realidad de su planteamiento, por la autenticidad que emana al seguir la vida de varios pacientes aquejados de enfermedades mentales (esquizofrenia fundamentalmente) en el hospital del Taulí.

No hay una verdad, y aquí cobra mucho sentido la terminología. Hay «una cierta verdad», la verdad que cada enfermo tiene en su cabeza y que le hace ver las cosas de forma diferente a cómo están sucediendo. La realidad se distorsiona, los actos tienen un distinto significado a los ojos del esquizofrénico que a los ojos del médico. Las reuniones de los doctores enmarcan con mayor certeza el historial de cada uno de los pacientes. Y cuando el “equipo de fuerza” tiene que reducirte porque estás en pleno brote y puedes hacer cualquier cosa, te estás alejando más que nunca de la «verdad».

Película seria, no apta para personas demasiado sensibles

Una cierta verdad es una película seria y el uso del formato documental mezclado con un lenguaje guionizado la dota de veracidad. Es cierto lo que está ocurriendo y los personajes no están fingiendo, ni interpretando, sienten como propia su angustia, su ansiedad, su miedo. Y, claro, resulta que la traspasan al espectador que se va a remover en su silla, sofá o butaca y que va a «reflexionar», seguro, todo el tiempo y durante un tiempo más después de verla.

A veces no sabemos muy bien donde nos encontramos, o porque pasamos del hospital a la casa de Javier, o porque de repente están entrevistando a Rosi, la mujer que cree que otra «señora», en alguna parte recóndita de su mente, la controla y la impide ser feliz, la domina, la manipula, le habla. Rosi oye voces constantemente y el sufrimiento de Rosi en la entrevista con su psiquiatra traspasa la pantalla y nos llena de angustia.

Diversos casos psiquiátricos y diversas verdades en cada uno de ellos

Se sabe que la esquizofrenia no tiene un origen claro: en parte genético, en parte influenciado por los factores ambientales. Es una enfermedad que se diagnostica más por los síntomas que por los motivos. No nos vamos a ir a un hotel de cinco estrellas en Acapulco, eso desde luego, es un hospital puro y duro de personas que lo están pasando muy mal por una enfermedad deprimente, aislante, y que desde fuera muchas veces no se entiende, ni se quiere entender.

Ni la dolencia es vista por quien la padece del mismo modo. Rosi llora y cree con toda firmeza estar embrujada. En cambio, Javier, el hombre maduro que oye ondas radiofónicas, que cree que es su madre la que habla con el hospital para que lo ingresen, realiza sus pinturas y no cree que esté enfermo, ni que su «sistema mecánico» necesite ninguna reparación. Recibe la visita a casa de un joven que habla con él y que trata de acompañarle en sus ideas. Se trata de un doctor que finalmente quizá tenga que internarle en el centro hospitalario

Hay otros casos como el de Bernardo, como el de Alberto, que viviremos en directo, en primera fila del hospital.

No hay una verdad absoluta, sino muchas verdades relativas

¿Qué pasaría si en lugar de una verdad absoluta, inmutable, de unas reglas de convivencia comunes, cada individuo viviera su propia verdad, su «cierta verdad»? Pues ocurriría lo que se muestra en el interior del hospital, vidas en penumbra lejos de la luz de la cordura.

El hecho de la existencias de esas verdades relativas no debería llevarnos a su admisión. La verdad es que hay cosas que se pueden hacer, que son cabales y otras que no lo son. Y, desgraciadamente, ni sentirse embrujado o víctima de algún tipo de magia negra, ni oír ondas radiofónicas, constituyen señales de una vida lúcida.

Para equilibrar todas esas verdades, cada una de las existentes en cada mente, no queda más remedio que la toma de la medicación, que, con suerte, nos servirá un día para llevar una vida ordenada, en los cauces señalados por la sociedad. O no. Quizá, por desgracia, nunca seamos capaces de eso y nos sumamos en el caos, viendo como el humo de nuestro cigarrillo, se eleva por encima de nuestras cabezas frente a una ventana en la que se ve un cielo muy negro.

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